Anexo a Carta abierta a la gente de teatro
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«Creedme: soy inmensamente dichosa porque él es quien me hace desgraciada»
Juliette Drocet
Hace unos días anuncié mediante una publicación en Facebook, en la que incluí dos videos cortos, que iba a realizar una ampliación de la entrada titulada Carta abierta a la gente de teatro, publicada en este mismo blog el pasado 27 de junio.
El motivo de esta, podríamos decir, segunda edición es ofrecer nuevos argumentos sobre la situación del teatro y de la gente de teatro en la España actual.
En la anterior entrada de mi blog, entrada anterior hablé sobre dicha situación centrándome en las circunstancias de las compañías de actores y actrices, otorgándoles a estas el rol de víctimas aunque quizás no lo sean, al menos en parte.
Desde hace algunos años, existe casi en la totalidad de las compañías un autor o autora de teatro que surte a la suya de obras para representar o hacer el intento de representarlas. Años atrás (pongamos 20-30 del pasado siglo), esto era una costumbre para la supervivencia, pues se daban dos circunstancias que la favorecían: el ahorro económico de la autoría, y la innecesaria calidad de las obras. Si pensamos en Lorca, nos encontramos con el caso contrario: un autor que forma una compañía para representar sus comedias, situación totalmente distinta a la que aludo.
Sin embargo, a partir de los años setenta, tanto la influencia de autores franceses como el inminente fin del régimen político, fomentan la aparición de una mezcolanza compuesta de eufóricos autores, expectantes compañías y ladinos productores. Es el momento en que la política descubre que ya no necesita máscara para subir al escenario. Lo implícito deja su lugar a la expresión vulgarizada de la demanda social. La sutilidad y el arte comienzan a considerarse elementos superfluos en el drama y la comedia. Fue entonces cuando al grito de "¡Viva la inteligencia!" lanzado en una sala de teatro, la masa respondía "¡Viva el pueblo!". Lamentable.
Desde hace treinta años hasta hoy, la cuestión tratada ha ido degenerando hacia el absoluto. Actores, actrices y compañías sufren su adhesión, forzada o conforme, al momento político, que nada exige salvo eso, la adhesión. Los autores, esos escribientes a sueldo, han olvidado o nunca han tenido la capacidad crítica que se le exige a cualquier creador. Se suben al carro de la dramaturgia basura y serpentean, como culebras, a los pies del que dicta.
Así, nunca volveremos a sentirnos orgullosos de un teatro digno y de calidad.
FJPS
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