Teatro: ¿entretenimiento o reflexión?
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La burla del posadero |
SOFÍA: Hay que respetar, hijo, la de los que pagan.
Y no están los tiempos para llantos... ajenos. Harto
tiene cada cual con sus propias penas,
y a olvidarlas es a lo que se va al teatro.
(De Soledad, drama de Miguel de Unamuno)
Los consejos del editor siempre han de ser tenidos en cuenta; es él quien conoce el negocio.
Que el teatro puede servir de diversión o entretenimiento, es algo sabido y aceptado.
Y como cualquier afirmación ajena puede ser negada con razones suficientes (aunque de más o menos peso), yo acepto, sin rechistar, el siguiente aserto: «La gente va al teatro a divertirse, no a pensar», palabras de mi editor, Ángel Jiménez, de Grupo Éride. Desde hace un par de meses, que fue cuando me lo dijo, intento escribir comedias, pero sólo he conseguido una, de la que no estoy satisfecho. No obstante, tendré que continuar intentándolo.
Ya he renunciado a la lectura de los dramaturgos clásicos españoles, cuyo último representante es, para mí, Carlos Muñiz. Esto por desear que sus influencias vayan debilitándose y no se hagan más fuertes, porque, de otro modo, me sería totalmente imposible crear farsas, sainetes, mojigangas y tal vez incluso entremeses, que son piezas de divertimiento para el público. Por cierto, vienen a cuento los versos de Lope:
«Y escribo por el arte que inventaron /
los que el vulgar aplauso pretendieron, /
porque, como las paga el vulgo, es justo /
hablarle en necio para darles gusto».
Lope, también hombre de negocios, nos deja ver entrelíneas la contrariedad que le supuso tener que adaptarse al mercado teatral. Él sabía que faltaba a la esencia del teatro pero..., qué podía hacer si no. Y aquí nadie se compara con Lope.
Sé que Ángel Jiménez me lanzó su consejo con la mejor intención. Por ello, he decidido hacer lo posible por enmendar mi propensión al drama y sujetar el dolor y el llanto de mis personajes. Espero que las musas se acuerden de mí y me visiten alguna vez en mis diez horas de trabajo diario.
Una buena obra de teatro debe hacerte pensar; y si es entre risa y risa, mucho mejor. Si asimilamos la estancia en una sala de teatro con la torpe rutina de sentarse ante el televisor —pues hablamos de divertirnos—, apaga y vámonos; ¿adónde? A la calle, a dar un paseo mientras pensamos en qué nos hemos convertido.
«Excelente advertencia; magnífica norma de vida práctica es evitar la amargura. Pero cuando esa evitación adquiere obsesiva insistencia, los resultados no suelen ser buenos. En el teatro, por lo pronto, nos está conduciendo a una lamentable idiotización de grandes muchedumbres que, en su trágico intento de reír solamente, son lenta pero seguramente intoxicadas por revistas y comedias de una comicidad gruesa».
Tomado de Cuidado con la amargura. Artículo de Antonio Buero Vallejo publicado en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Cuidado con la amargura
Y en Obra Completa Tomo II, página 577. Espasa Calpe, 1994.
FJPS
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