Tiempo aproximado de lectura: 1 minuto y 17 segundos.
 |
Esta hoja manuscrita (tiene 30 años) pertenece a mi adaptación teatral "Nuevos diálogos para la educación", de Juan Luis Vives.
Mi despertador es fiel, y me avisa suavemente cada día a las siete de la mañana. En la planta baja, mi perro (Bruno) menea su rabo con fervor (pon-pon, pon-pon, pon-pon) para decirme que ya está dispuesto a escuchar piropos y a sentir caricias. Ya sabéis lo que es el olor a café recién hecho; pero para mí no es lo mismo si no veo, a la vez, los ojos de mi mujer. Amanecer sintiéndonos queridos es lo mejor que nos puede ocurrir.
Frente al espejo, rememoro las últimas líneas escritas a última hora de la noche anterior. Casi siempre decido modificar alguna palabra, algún concepto. A veces, temo sentarme a mi mesa de trabajo porque la duda siempre, siempre está presente. Dudo de lo que escribo. Dudo de mí, y de mis circunstancias, aunque sé que debo salvarlas para salvarme yo. Cuando hablo con algún conocido —al que ni siquiera conozco—, y me comenta sus buenas andanzas teatrales, se me caen los palos del sombrajo y, el alma, al suelo. Hace muchos años, salí de España y dejé aquí a mis amigos. Cuando regresé, dejé allí a los que fueron amigos. Ya en España, aquellos que eran amigos no he logrado saber todavía qué son ahora. Y los que dejé en el extranjero, me llaman para saber cómo estoy y para preguntarme por qué no regreso a aquel país. Pero no. Ya no puedo regresar. (Continuará).
|
Comentarios
Publicar un comentario