El «suicidio colectivo» en Luces de bohemia
Max Estrella murió en su tiempo y como debía ser: en la bohemia amargura, pero lúcido como un medio muerto que chulea a la parca con su ingenio de poeta clásico. Y mientras agoniza, deleita a su amigo con delirios magníficos, brillantes, y crudos como la vida que, por fin, se le está yendo. El frío le hiela el cuerpo y la ropa, pero le aviva las ideas.
MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
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MAX: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.
Max Estrella no halló consenso para su «proyecto de suicidio colectivo», pues él tenía que seguir muriendo, con la esperanza siempre en el corazón, como un auténtico bohemio. Y esto lo sabía, o adivinaba, su esposa que, en un gesto de amor inmenso, se inventó la excusa de la juventud de Claudinita, su hija, una chica resabiada y envejecida en la miseria común.
Para la vida de tres vidas cansadas, hubiese sido una solución perfecta, bastaban «cuatro perras de carbón». Pero en la casa de la penuria y la estrechez, habitaba la energía de un ciego con alma de poeta, que convertía los malos pensamientos en ímpetu y feroz vehemencia.
La idea del suicidio colectivo la introduce Valle en la idiosincrasia del personaje Max Estrella, donde encuentra perfecto asiento. Sin embargo, quien la siente y la contempla es Valle en su preocupación, que él mismo anuncia a algunos amigos, por un futuro indeseable.
La bohemia real, la indigente, nunca debe vivirse acompañado por personas necesitadas de los recursos del bohemio. La mujer y la hija de Max Estrella recurrieron al proyecto que él ideó, cuando la tragedia dejó de ser poética, cuando el «astro» ya no podía iluminar las sombras ahora perpetuas de la casa, cuando el suicidio colectivo se entendió como la salvación del vivir sin un ciego que escribía poemas.
FJPS
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