Toda la verdad sobre mis estrenos póstumos

(Circunstancias, pelos y señales)


Lugar donde viven las almas

   
Hablar de uno mismo abiertamente y sin ambages puede resultar difícil tarea. En estos tiempos, en que casi todos nos hemos vuelto reservados, cautelosos y recelosos con nuestra intimidad, quizás resulte incluso estrambótico declarar ciertos pensamientos, sentimientos y emociones en un foro como este que, aunque muy similar al efecto de clamar en el desierto, ofrece alguna que otra satisfacción al comprobar que algunas personas han asistido. 

Pues bien. Hace un año y medio aproximadamente, la de la guadaña me rondó. Según dicen mis allegados, a una cierta distancia. Pero me rondó. Desde entonces, no he dejado de pensar ni un solo día en aquel suceso. Es cierto que se trataba de la primera vez en mi vida que me había visto en tal circunstancia. Quizás por ese motivo la impresión fue mayor y más traumática. 
En aquellos días, la editorial Éride acababa de publicar mi Viuda... Era para mí inevitable pensar: «Si me marcho de aquí, lo haré al menos con una de mis obras publicadas» No hablé con nadie sobre el tema. ¿Para qué? 

Tal y como están las cosas del teatro en España, sé que no voy a ver ninguna de mis obras representada en un escenario. He luchado (y continúo luchando) por ello, pero veo que es imposible. Y no precisamente debido a la calidad de mis textos, ya que han merecido magníficas críticas. 
Sin embargo, sigo escribiendo con empeño e ilusión. 

Lugar donde las almas se inspiran en la tradición


Hace unos treinta años, cuando yo me encontraba inmerso en la literatura —vivía en literatura y por la literatura—, existían aún en España tres o cuatro escritores, un novelista, un poeta, y quizás dos dramaturgos. En total, ocho literatos. Todos han ido muriendo. 
A partir de entonces, y de una forma más o menos paulatina, la involución social ha resultado, entre otros desastres, en la desaparición de la literatura como arte. Hoy, la calidad está reñida con el gran público, o, mejor dicho, el gran público rechaza, quizás sin saberlo, la calidad. 
Como ejemplo de lo que digo, suelo imaginarme al prototipo de lector actual ante la novela La hoja roja, de Miguel Delibes. Sería incapaz de leer dos páginas seguidas. O frente a Los santos inocentes, del mismo autor. 

Yo tuve la desgracia, o la mala suerte, de aprender a escribir teatro leyendo a Strindberg, Ibsen, Lorca, Pirandello, Olmo, Salom, y, al más grande: Buero Vallejo. 
Como ustedes comprenderán, sólo me queda pensar en mis estrenos póstumos. 


FJPS

 

   


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