«¡Eso es mentira!»

(Parábola)






    julia. — (Al cabo, levanta la mirada y grita.) ¡Eso es mentira! Como todo lo demás que me dices sobre nosotros... sobre nuestra relación... sobre nuestro futuro. Sí... No me mires con esa cara de pánfilo. Tú sabes muy bien de qué estoy hablando. ¡Claro que lo sabes! (Breve pausa.) ¿Hasta dónde pensabas llegar? Dímelo... Sé valiente y dímelo. (Leve e irónica sonrisa.) Tú no dices nada... Te sientas ahí y me observas sorprendido... como si mis palabras las pronunciara alguien que desvaría. Pero sabes que no. Sabes que estoy diciendo la verdad. Una verdad que no es nueva para mí... ¿Quizás esperabas que viviera mi vida a tu lado, rodeada de engaños, de falsedad? (Pausa.) 
He aguardado hasta comprender que tus mentiras no eran malentendidos míos. Me ha costado algún tiempo darme cuenta de mi error, pero ha valido la pena. Imaginar una vida contigo es el peor de los males a los que podía sucumbir. Y pensar que lo hubiese hecho por amor... (Pausa.) ¿Ves? Ni siquiera te atreves a decirme: «¿Quieres una copa?». Es la táctica que has empleado siempre para solventar algunas de mis dudas sobre nosotros, que ahora entiendo serían dudas capciosas para ti.  Hoy no puedes defenderte. Lo tengo muy claro..., amor mío. Vosotros, los hombres, creéis haber madurado por medios poco ortodoxos, como la mentira. Creéis que una mitad del mundo se levanta cada mañana para engañar a la otra mitad, y hacéis lo imposible por quedar en la parte vencedora. Yo no juego a eso, querido. Sé cuál es mi lugar. Lo he sabido siempre. (Pausa.) Mi madre me dijo una vez: «Niégate a admitir que la vida sea irremisiblemente un tejido de vilezas». ¿Entiendes el aviso de mamá? Yo era entonces una muchacha, y ella había vivido ya más de la mitad de su vida. (Recordando.) Sí... Eso me dijo... Gracias a ella, hoy puedo recuperar mi lugar. Han sido años creyendo en ti... y creyendo, también, que mi estupidez se convertiría en un problema para los dos, para nosotros dos... (Ríe abiertamente.)  «No entiendes nada», me decías cada vez que manifestaba una duda sobre nuestra relación; así, con ese aire de intelectual cansado..., cansado de tanto comprender mientras que yo sonreía como una tonta, dispuesta a remediar enseguida mi disparate..., a pensar lo que tú pensabas..., a creer lo que tú creías..., a desdecirme de mis palabras... Porque..., claro, tú estabas en lo cierto, tú no podías ser estúpido, tú eras un hombre forjado con engaños y mentiras... Tú eras mi amor. 

                                                                               FJPS







 





























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