Teatro y compromiso (Una aproximación personal)
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Debería entenderse como el teatro responsable con una sociedad y un espacio temporal determinados. Así es como los estudiosos del tema lo distinguen y analizan. No obstante, y entre nosotros, obviaremos los aspectos técnicos de la cuestión, pues ni es mi propósito incluirlos aquí, ni supongo que sea lo que buscas en este título.
Debería entenderse como el teatro responsable con una sociedad y un espacio temporal determinados. Así es como los estudiosos del tema lo distinguen y analizan. No obstante, y entre nosotros, obviaremos los aspectos técnicos de la cuestión, pues ni es mi propósito incluirlos aquí, ni supongo que sea lo que buscas en este título.
Lo
social y lo político son los dos planos -de por sí inseparables- en los
que se evidencia, si lo hay, el compromiso del dramaturgo. El asunto tratado puede
ser una camisa, un tintero, o una escalera; cosas de nombre común, cosas que todos hemos usado, a las que nos referimos en nuestro día a día. Es
por poseer esta cualidad por lo que se les podría denominar "cosas
sociales". Por el contrario, en ocasiones -quizás demasiadas- se ha
servido el escritor de sustantivos, bien conceptuales (abstractos), bien
propios, para titular un texto que, probablemente, será etiquetado como
"comprometido" incluso antes de su lectura. En esta intención es donde
se adscribe la redundancia política, el mensaje político explícito, y,
sin duda, la negación de lo artístico. Ejemplos de este despropósito,
han subido a los escenarios españoles durante los últimos años con
indudable éxito de "público" y "crítica".
El
teatro de compromiso desapareció de las salas españolas, casi
totalmente, al final de los años setenta. Me refiero al auténtico teatro
de compromiso. Ya antes de aquel momento, surgieron obras que pugnaban
por un lugar en la nómina de aquellas, cuyos autores, años atrás, habían
asumido la responsabilidad de denunciar un perverso sistema político y
social, y que continuaron representándose. La nueva dramaturgia forzó
-tanto desde encima como desde abajo del escenario- su inclusión en
aquel listado de un modo grotesco. Sus guiones no presentaban mayor
fundamento que la novedad en las formas, y una artificiosa
ideología en el fondo. Era imposible competir con los grandes textos de
los años cincuenta y sesenta. Fue el público, con su ausencia, quien
señaló lo arbitrario e inentendible de aquel teatro que abogaba por una
extraña innovación.
Durante un par de décadas, convivió el teatro de autor con otras nociones de espectáculo,
que pretendían sostenerse con el amparo del llamativo lema de la
experimentación. Desde las revistas especializadas, y la crítica, se
elaboró un plan de propaganda en beneficio de las "nuevas tendencias" en
el teatro: su repercusión ha sido tan eficaz que, aun hoy, resulta
difícil oír -en público- una opinión discrepante con tales
presupuestos.
A
partir de los años noventa, el teatro de compromiso, en España, sufre
una clara alteración en su concepto y, por ende, en sus valores y
significado. La sociedad española había aceptado de buena gana los
cambios de perspectiva en la concepción de la cultura, no siempre libres
de intereses políticos. La literatura, el cine y el teatro reflejaban
los sueños ya cumplidos de un país que apenas tuvo tiempo de aprender a
soñar. La mayoría de los creadores trabajaban para una democracia
que acababa de nacer. Ya no existía censura, por lo que la producción
artística hubo de tomar derroteros ajenos a la estética y la
inteligencia pues, de otro modo, esos artistas no hubiesen tenido un
lugar entre los elegidos para educar al público. En tal situación, ¿para
qué se necesitaba un teatro comprometido? España era un país libre, un
país moderno, un país demócrata, un país europeo... ¿Qué más se podía
pedir?
Con
la desaparición de Buero, Sastre, Olmo, etc., el compromiso con la
sociedad española, expresado por medio del teatro, dejó su lugar a una
aquiescencia recíproca entre los autores y el poder.
F. J. P. S.
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